lunes, 25 de noviembre de 2013

¿GRAVES FALLAS EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO DE ARTE LA TERTULIA? LAS TAPAS DE LAS OLLAS Y UNA OBRA SEMI-PERDIDA

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Siguiendo con esta incómoda labor, este último artículo pretende presentar lo que considero fallas en cuanto a la curaduría, la museografía y el montaje de las obras del tercer piso de la colección del Museo La Tertulia. No abordaré el segundo piso por dos motivos. El primero, para no cansarlos con esta perorata. El segundo, porque creo que queda suficientemente ilustrado lo que quiero señalar.

Antes de comenzar, me parece importante y relevante anotar lo que implicaría una curaduría y museografía serias, como debería ser para el museo. Lo primero es que el museo es un patrimonio invaluable para los caleños, vallecaucanos y colombianos (para no hablar de América Latina). Allí se encuentran obras importantes que hacen parte o dan testimonio no sólo del acontecer artístico de la región o el país, sino que además nos plantean una evidencia de los que somos como cultura y sociedad. En síntesis, y por este motivo nacen los museos, los museos son la respuesta o aporte de las artes a la construcción de las identidades nacionales y regionales[1]. Eso es lo que en definitiva está en juego. No sólo si la exposición quedó bonita o fea o si las obras están bien puestas y con las normas técnicas. Esto sería muy formal.



La situación debe ir más allá. Ese más allá tiene que ver con la curaduría, que es la que debe velar por la “buena salud” de las obras. La curaduría debe plantear una lectura acorde con las piezas de la colección, abordando problemas y contextos, permitiendo que se enriquezcan en sus lecturas y discursos. Con la actual disposición, dudo mucho que eso suceda. Primero porque la misma parece una propuesta taxonómica formal, a la manera de gabinete de curiosidades del siglo XVII. Por ejemplo, en la primera sala del tercer piso han sido acomodadas obras dispares y diversas, de artistas de diferentes contextos e intereses plásticos y conceptuales, bajo el “tema” de El cuerpo. Así, los Hombres maíz de Pedro Alcántara Herrán está acompañada de Figura de Santiago Cárdenas, una reproducción de una obra de Botero (creo que es un afiche; ya he visto varios), Los suicidas del Sisga de Beatriz González, Los narcisos de Oscar Muñoz, Teresa la mujer mesa de Hernando Tejada, una Histérica de Felisa Burstyn, entre muchas más obras de insignes artistas. Y no es que piense que alguna no valga la pena o no merezca ser exhibida. La cuestión es ¿qué tipo de lecturas sobre las obras puede plantear tal aglomeración? ¿Cuáles son los compromisos estéticos, artísticos y éticos, para no hablar de los políticos, culturales y sociales, de los curadores? Lo mismo sucede con la sala que tiene como “tema” Los animales o la de esculturas. En fin, o las relaciones que se plantean entre las obras y las salas son de una complejidad inaudita e indescifrable (sólo para eruditos) o se cae en la más absoluta banalidad y formalidad[2]. Siendo esto último, ¡esto sería la tapa de la olla! La primera…






Desde los griegos, y creo que hasta hoy, existe una gran distinción o diferencia entre el tema o la forma y las ideas o conceptos que encierran las obras. Es decir, y casi que citando desde Aristóteles a Burke y, por qué no, hasta Danto, las obras no son importantes por lo bonitas, o bien hechas, o porque tengan un tema en especial (su formalidad) sino por lo que ellas implican, por lo que pueden inferir o permitir descifrar, por sentidos que están más allá de su superficie. Si esto aplica aún, ubicar por su forma o tema una colección es matar la riqueza discursiva y poética de las obras, o sea acabar con la colección. Por eso, para mí es inexplicable que se acomoden las obras por sus formas o técnicas.

Esto es tan inexplicable como que en una sala metamos indiscriminadamente, obras de Giotto, Diego Rivera, Jean Michel Basquiat bajo el tema-título de Grafitti… O a la Venus de Willendorf, con los esclavos de Miguel Ángel, con obras de Naum Gabo y Anton Pevsner, el Circo de Alexander Calder y la Bachué de Rómulo Rozo, bajo el tema-título Tridimensional. Claro, las primeras pueden ser consideradas grafittis y las segundas son tridimensionales, pero ¿qué aporta esto a su lectura y contextualización?




Más inexplicable es, aún aceptando la taxonomía formalista de la colección, es que ubiquen obras que no corresponden al criterio simple. Hay un caso que me conmueve, seguro por lo inocente. En la sala que corresponde a lo Abstracto, rodeada por el Enchape de Danilo Dueñas y las maravillosas obras de David Manzur y Carlos Cruz Díez, se encuentra La caja de cartón de Santiago Cárdenas… ¡Y aquí si entiendo menos! Pues la obra, por sus características formales, la reproducción casi fidedigna de la parte superior de una humilde caja de cartón, corresponde no a lo que comúnmente se llama abstracción, sino más bien a la figuración hiperrealista, con la que además se asocia este artista. ¿Será que la estructura geométrica de la pintura confundió a los que pusieron allí? ¡Otra tapa para la olla!



Dejando de lado las consideraciones “curatoriales”, la museografía genera también dudas. Por ejemplo, hay obras que se exhiben en posiciones diferentes a como fueron vistas por primera vez. Es el caso de la escultura en piedra y vidrio de Hugo Zapata, cuyo título es Geografía. Ahora se exhibe horizontal y yo la recuerdo vertical. Así se evidencia en la revista Credencial del 10 de mayo de 2012, cuando se hace la reseña de la re-apertura de la colección del Museo La Tertulia, cuyo título es ¿Y quién dijo que Cali es solo salsa? Como parte de esta publicación se encuentra una imagen de la obra del artista antioqueño. La foto es de archivo, estoy casi seguro, ya que la obra aparece ubicada de manera vertical, como se exhibió originalmente, a principios de los años de 1990, en la sala alterna del museo[3].




Sin embargo, esta puede ser una situación menor, comparada con la disposición de las esculturas del maestro Édgar Negret. Algo que se aprende en cualquier formación en artes medianamente aceptable, es que las esculturas deben ser vistas por todos sus lados para ser apreciadas adecuadamente. Más si estas fueron pensadas así[4]. Cuando usted vea obras de Auguste Rodin, Alexander Calder, Henry Moore o Negret, o sea de escultores modernistas, gire alrededor de ellas, mirándolas, y se dará cuenta de algo extraordinario: ¡la escultura se mueve! Claro, si es que puede darles la vuelta, lo que jamás va a suceder con la disposición en altarcito posmoderno donde al condenado al estatismo las obras del maestro del Popayán. ¡Tapa pero de olla pitadora!

Mejor no hablar de la posición y altura de las obras bidimensionales, unas demasiado altas y otras muy bajas, lo que impide ver sus detalles, cuando no fueron pensadas para estas alturas… Y sólo mencionar que, hasta donde entiendo, los colores del Enchape de Dueñas están pensados para jugar con los colores tradicionales de las paredes de los lugares de exhibición, donde la obra se mimetiza o se funde (así sucedió con Enchape 16, ganadora del regional en Bogotá, en la década de 1990). ¿Por qué entonces ponerla sobre una pared roja, que la resalta y la enmarca? ¿Museografía o decoración de interiores? ¡Tapa, tapa, tapa!

Finalmente, y para no cansarlos más, hay una obra exhibida y que posiblemente esté semi-perdida. Me refiero a la de Carlos Salas, que se encuentra en uno de los accesos. Esta obra es una pintura sobre madera de la cual sobresalen otros fragmentos de madera, a la manera de repisas. Originalmente, sobre estas repisas descansaban pequeñas pinturas rectangulares, las cuáles invitaban a la posible y potencial interacción del espectador, el cual, al moverlas o intercambiarlas, conformaría otra pintura, al menos otra imagen. Pues las pinturas pequeñas, que dan sentido a la pieza en general, no están, al menos exhibidas.




Sería muy extenso continuar y este ejercicio ya lo creo más que suficiente e ilustrativo. En definitiva, todo parecería indicar que hay muchas fallas en la exhibición de la colección de La Tertulia. Esto, más allá de si se ven bien o mal, si se conservan de manera preventiva las obras, implica el detrimento de la fortuna crítica de las mismas (su buen nombre, por decirlo de manera coloquial), las relaciones variadas y diversas con los diferentes públicos y, mucho más grave, la construcción de nuestro territorio físico y mental, como cultura y sociedad. Lo que parece evidenciar este cúmulo de situaciones, es la crisis institucional que atraviesa el museo. Ojalá, y lo digo de corazón, el de alguien que creció con el museo, vengan mejores tiempos para esta querida y necesaria institución.



[1] En especial, recomendaría el libro La création des identités nationales: Europe XVIIIe – Xxe siècle, de Anne-Marie Thièse. A lo largo del texto la autora presenta los aportes de las artes a estos procesos culturales y políticos.
[2] Esto me recuerda del artículo Disposición estética y competencia artística de Pierre Bourdieu, donde en una parte del mismo se plantea la dificultad de la lectura de los eruditos y, al mismo tiempo, de los no eruditos, casi planteando un punto medio entre los dos.
[3] La publicación se  puede ver en http://www.revistacredencial.com/credencial/content/museo-la-tertulia-y-qui-n-dijo-que-cali-s-lo-es-salsa-web. Esta obra se encuentra en el conjunto de obras que correspondería a la sección Abstracción. Debo anotar que hace poco una funcionaria del museo me informó que la obra se ubicó de manera horizontal con el visto bueno del maestro Zapata.
[4] No sucede lo mismo con las esculturas de bulto de los retablos y los nichos de las iglesias, que fueron diseñadas para ser vistas desde un solo punto y por lo cual, en muchos casos, no fueron trabajadas en su totalidad.

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